and she thinks

Reciprocidad. Esa palabra quedó flotando en su cerebro. Mucho tiempo. Ella también cree que, en una relación, las cosas deben ser recíprocas. Pero en este caso, ¿con qué vara se mide la reciprocidad? Porque, como tantas otras cosas, aquí la reciprocidad debe definirse de otro modo. Porque en las sombras, las cosas no pueden ser como a la luz del sol.
Ella sabe que está actuando como si se moviera a la luz del sol. Es como si no quisiera entrar en las variaciones permitidas de las sombras. Pero también siente que se le está pidiendo demasiado. Porque ella no tiene certezas. Él seguramente piensa lo mismo, piensa que tampoco tiene certezas. Quizás él no se dé cuenta lo que tiene entre manos.
Ojalá se dé cuenta, porque a ella la entristece sentirse invisible. Tan invisible que corre el riesgo de desaparecer.

Estructurado

El necesita contornos, límites, líneas de cal. No concibe un ring sin cuerdas en sus cuatro costados. El precisa saber que existen normas, reglas, premios y castigos. Si en su osadía decide traspasarlas, será por su cuenta y riesgo. Pero no le pidan que él decida lo que está bien y lo que está mal. El necesita leerlo, sentirlo, hacerlo carne. Saber que en torno a su edificio hay andamios y aparejos perfectamente ensamblados, sosteniendo la estructura. No concibe un mundo sin definiciones, sin rótulos, sin un nombre propio para cada cosa, sin un puntaje para cada conducta, sin un parámetro o una referencia para medir, para mensurar cada vez, cada instante, cada movimiento. Debe saber si el paso que dio es más largo que el anterior, si es mejor o peor, si su vecino lo dio de otra manera, si el mundo lo vio dar ese paso, si Dios lo aprobó o lo condenó por hacerlo. El abdica del libre albedrío, de la libertad absoluta, del laissez faire. El puede obrar bien u obrar mal. Nunca simplemente “obrar”. El necesita un plano, un manual de instrucciones, una oportunidad de decir “no me juzguen. Yo lo hice como se suponía que debía hacerse, ya que así estaba escrito”. O bien “Desobedecí las reglas a conciencia, y aquí estoy para pagar el precio. Ofrezco mi cabeza en una bandeja…Porque estoy a la altura”.

polifónica

De ninguna manera. No. Me niego a ser simplemente llevada por la corriente. Es demasiado fácil. Creer que uno va la deriva, sin marcar ni el más mínimo rumbo es como encomendarse ciegamente al destino griego. Y las cosas siempre pueden ser de otra manera. Siempre hay una tercera posibilidad que viene a resquebrajar la dicotomía perpetua.
Pero, a veces, no se puede. Y eso, sin embargo, no quiere decir que uno acepte el curso de la correntada. Simplemente, sabe que no es el momento de dar un golpe de timón. Pero eso no quiere decir que uno se quede esperando que la corriente nos haga el favor de cambiar: uno la mira fijo, hasta que llegue el momento propicio.
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Ella se pregunta. Ella se pregunta qué significa. Ella se pregunta qué significa (qué podría significar) 'estar a la altura'. Ella sabe, en un punto, qué significa -en el punto en el que codifica qué dicen las palabras que dicen-. Pero ante las frases hechas, las más simples, se queda perpleja. Nunca pudo vivir bajo el halo protector de las frases hechas. Las frases hechas son como golpes en una vasija vacía. Los ruidos son alfileres dentro del cráneo. Y ella no sabe.
Ella no sabe qué. Ella no sabe qué hacer. Ella no sabe qué hacer ante eso. Cómo conjugar dos maneras de vivir la vida, tan disímiles, tan opuestas, sin sentirse desarmada y de ojos vendados, en un campo de batalla absolutamente desconocido.
Ella tiene un poco de miedo, cuando la incertidumbre se empeña en hacer terremoto en la punta de sus pies descalzos.

Al garete

Las artes del buen actuar implican que primero hay que pensar, sopesar, planear, calcular las consecuencias que los actos tendrán para uno o terceros y recién ahí (y no antes) ejecutar sin vacilaciones.

El nunca había aprendido aquella lección a pesar de los golpes –tantos, tan duros- que la vida le había propinado justo entre los ojos.

Instinto. Todo era cosa del puto instinto.

Por qué esa animalidad lo anulaba, engullendo su raciocinio de un bocado?
Una vez más la respuesta era un encogerse de hombros y arremeter. Siempre arremeter.
Su balsa nunca había tenido un timón sólido. Y de haberlo tenido, él lo hubiera hecho astillas a golpes hasta que le sangraran las manos.

El sabía que elegir su propio camino sólo podía llevarlo a destinos inciertos, como si su alma estuviese habitada por alguien (algo) que todo el tiempo conspirara para colgarle del cuello la roca de la perdición.
No. No sería él quien elevara su índice hacia el horizonte instando a la travesía temeraria.

Con el timón hecho pedazos se dejaría llevar por la corriente, confiando. Creyendo.
El no elegiría a sus adversarios. Ya la vida se encargaría de plantarlos en su camino uno tras otro. Día tras día…

Podía contar con ello.

Y habría que estar a la altura.

Ella dijo que no, primero. Después, lo pensó mejor. O mejor dicho: no lo pensó más. Decidió que era mejor vivir sin pensar. Sin pensar más en eso específicamente, por lo menos, porque para qué.
Y ella hace cosas todo el tiempo, un poco así: las mira, las sopesa y las olvida. Sólo cuando las olvida puede hacerlas efectivamente. Y si alguien le preguntara para qué o por qué hizo eso o qué estaba pensando cuando decidió hacerlo, ella no sabría qué contestar. Ella nunca sabe qué motor extraño la lleva por lugares inusitados. Quiere imaginar que no es la única. Que todos los demás hacen lo mismo. Que no saben bien a dónde van. Saben que van y eso es todo. El 'a-dónde' no es otra cosa que una excusa para ponerse en movimiento.
El 'a-dónde' ahora son las sombras. La luz del sol es un recuerdo o una construcción imaginaria en su cabeza, porque justo ahora se pregunta si alguna vez estuvo de cara al sol o si el recuerdo de haber estado frente a él no fue más que un espejismo lo suficientemente vívido.