Las artes del buen actuar implican que primero hay que pensar, sopesar, planear, calcular las consecuencias que los actos tendrán para uno o terceros y recién ahí (y no antes) ejecutar sin vacilaciones.
El nunca había aprendido aquella lección a pesar de los golpes –tantos, tan duros- que la vida le había propinado justo entre los ojos.
Instinto. Todo era cosa del puto instinto.
Por qué esa animalidad lo anulaba, engullendo su raciocinio de un bocado?
Una vez más la respuesta era un encogerse de hombros y arremeter. Siempre arremeter.
Su balsa nunca había tenido un timón sólido. Y de haberlo tenido, él lo hubiera hecho astillas a golpes hasta que le sangraran las manos.
El sabía que elegir su propio camino sólo podía llevarlo a destinos inciertos, como si su alma estuviese habitada por alguien (algo) que todo el tiempo conspirara para colgarle del cuello la roca de la perdición.
No. No sería él quien elevara su índice hacia el horizonte instando a la travesía temeraria.
Con el timón hecho pedazos se dejaría llevar por la corriente, confiando. Creyendo.
El no elegiría a sus adversarios. Ya la vida se encargaría de plantarlos en su camino uno tras otro. Día tras día…
Podía contar con ello.
Y habría que estar a la altura.
Al garete
23.6.08 | dijo Bill en 19:12